Por Claudia Pinedo González
Cuántas veces hemos escuchado el típico ¿qué, no puedes quedarte quieto? en boca de un adulto desesperado por el niño inquieto que le tocó cuidar, llámese mamá, papá, abuelo o maestro. Y es que la energía infantil es capaz de cansar a cualquiera, pero más allá de esto, una actividad sin límite puede ser signo de falta de madurez en el control del propio impulso, o dicho de otra manera, uno de los síntomas de la impulsividad.
En Ya Aprendí con frecuencia trabajamos con niños a quienes les cuesta mucho trabajo frenar su movimiento, por ejemplo, al jugar a las estatuas de marfil, son incapaces de quedarse inmóviles en el momento indicado, o duran muy poco sin moverse. Esto provoca que en la escuela y en la casa los tachen de desobedientes, pues les es complejo ajustarse a las normas. Los maestros conocen este síntoma muy bien y se enfrentan a él todos los días cuando los niños regresan del recreo pues llegan juguetones y con poca capacidad para concentrarse.
Pero lo que podría parecer una actitud rebelde, deviene de un Prerrequisito Ya Aprendí® no resuelto: la inhibición motora. ¿Qué quiere decir esto? Significa que los niños no han acabado de madurar el proceso que les permite controlar sus impulsos y son incapaces de frenar. En los preescolares esto se ve muy claro, se les dice: ilumina sólo la manzana de rojo e iluminan la manzana, el plátano, el frutero y hasta la mesa con el mismo color. En niños más grandes se puede observar como dificultad para concentrarse o conductas que podrían interpretarse como agresivas: alguien los empuja y ellos responden con otro empujón, o hacen berrinche con facilidad.
La inhibición motora es el fundamento para seguir procedimientos, así que si un niño de quinto año de primaria todavía no ha madurado este proceso, le será difícil seguir los pasos necesarios para resolver un problema matemático en el que se requiere utilizar varias operaciones o llevar un método de estudio: una acción atropellará a la otra y se confundirá. Generalmente son niños que todo lo quieren resolver rápido y de preferencia con una acción única.
Un ejercicio fácil para determinar qué tanto control del impulso se tiene es el siguiente: quedar con el niño que si decimos “uno” debe aplaudir y si decimos “dos” debe golpear el piso con el pie. El ejercicio se hace sentado. Decirle series como las siguientes: uno, dos, uno, dos ó dos, dos, uno, dos, dos, uno. Si nos damos cuenta que cuando aplaude también mueve los pies, querrá decir que todavía su inhibición motora no está resuelta.
Cuando un niño presenta un pobre control del impulso hay que cuidar las situaciones que le generan estrés, pues este incrementa los síntomas y se vuelve un círculo vicioso: lo regaño para que se quede quieto, se estresa, puede controlar menos sus impulsos, lo regaño más, se estresa más, y así hasta que alguien termina llorando (la mayor parte de las veces no es el niño).
Algunas de las cosas que podemos hacer para ayudar a los niños que necesitan mayor inhibición motora es jugar con ellos a las estatuas de marfil, el juego de las sillas, sí, el típico juego de las fiestas infantiles donde los niños bailan alrededor de las sillas puestas en hileras y se tienen que sentar rápidamente cuando la música se deja de escuchar o un, dos, tres calabaza: uno de los jugadores se pone en el extremo del patio, los demás en el otro extremo. Ellos intentarán llegar a dónde está su compañero quien, vuelto hacia la pared, dirá en voz alta “un, dos, tres calabaza” en cuanto acaba la frase voltea y si ve a alguien moverse lo nombra para que regrese a la línea de salida. El objetivo del juego es moverse rápidamente mientras su compañero está vuelto hacia la pared y detenerse antes de que voltee.
Otro juego que ayuda mucho a este proceso le llamamos en Ya Aprendí Código 0, 1, 2 el cual consiste en brincar sobre los números respetando las acciones marcadas por ellos. Cuando hemos puesto este ejercicio en escuelas, los maestros comentan que es muy interesante ver como a los niños que más trabajo les cuesta son los más alocados o los que están teniendo más problemas con la lecto-escritura. Para jugar Código 0, 1, 2 se necesita un gis. Hay que pintar sobre el piso una sucesión con los números cero, uno y dos, por ejemplo: 0 1 2 0 0 2 1 0 2 2 1. Los números tienen que medir aproximadamente lo que mide el pie del niño y entre uno y otro número dejar un espacio similar. Al niño se le pide que brinque sobre los números siguiendo las siguientes reglas: si es un uno lo pisa con un pie, si es un dos con los dos pies juntos y si es un cero abre las piernas y pisa a los lados. La idea es que pueda seguir la sucesión sin error, así que si se equivoca se regresa al inicio y lo intenta de nuevo.
Una de las principales herramientas con que contamos los padres de familia y los profesores para ayudar a nuestros hijos y alumnos a consolidar sus prerrequisitos es dedicarles tiempo para hacer actividades de desarrollo. Ellos lo vivirán como juego y nosotros tendremos niños con mayor facilidad para aprender.